pasé por delante
de unos grandes
almacenes.
en el escaparate
había montado
un desfile de ropa,
con unas chicas
más parecidas a robots
que a seres humanos.
asquerosamente delgadas,
con la mirada fría, perdida,
como si el cristal por dentro
fuera negro
y no supieran
que son constantemente
observadas.
la gente, en el exterior,
aplaude enfervorecida
con cada gesto
o con cada tropezón.
imagino, mientras trato
de irme sin sufrir daños
cerebrales irreversibles,
que quedaría bien,
muy bien,
un cartel en un lateral
del escaparate
que pidiera al público
encarecidamente y por favor,
que no dieran de comer
a las animales. |