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a Prólogo de EL OLOR DEL BOSQUE HA ROTO MI COMPUTADORA, por Héctor Álvarez. Página anterior
 


Conocíamos al Paco Bello compositor y cantante, ahora conoceremos al Poeta.

Nuestra estatura se reducirá, a medida que vayamos profundizando en el libro. Y volveremos a tener la piel sonrosada y vibrante de la niñez. Y correremos de una atracción a otra en éste vertiginoso parque infantil. Y encontraremos el mar al fondo, siempre continuo en el horizonte de los poemas de Paco Bello.

Rozaremos también la insondable profundidad de algunos de esos pozos que se nos cruzan en la vida, pero nos sirven para mirar atrás en el camino y, en definitiva, para pensar que si el futuro aparece pintado en negro, quizá sólo sea porque es la suma final de todos los colores.
Aquí encontrareis poemas como nunca he querido a nadie tan despacio, que congelan el tiempo y vuelven la vista atrás, hacia el pasado inolvidable.

En S.O.S. se nos propone pedir ayuda de un modo distinto, creando un club de soñadores que agiten un poco todo esto, a pesar de las probables consecuencias.

Hay astronautas en el barro, una isla del tesoro, una misión cumplida y demasiados latidos (cuyo final aún me mantiene la boca abierta). Sobredosis de añoranza y tan de mi vida, con ese nexo de unión familiar y necesario.

Subimos y bajamos. Ya hemos jugado en los columpios, ahora corremos un rato con los ojos cerrados y los brazos en cruz, sólo permitiendo el acceso al viento en la cara. No tenemos miedo a accidentarnos, nadie nos vigila. Continuamos hacia delante (o hacia atrás, según convenga). Y entonces descubro el poema que da título al libro, y me quedo en él, repasando ese tumulto de dobles sentidos. Después aparecen, entre otras, dimensiones, suma y sigue y cambio de rasante, que sacuden el polvo de lo que creemos que nos rodea. Especialmente la última, con ese leve toque de inmensidad autoajustable y privada que aparece a cada paso de éste camino.

Me alivia saber que aún quedan plazas en la oposición a guardaespaldas de esa nube blanca, a pesar de nuestra frágil armadura.

Leed después la tapa del puzzle y entenderé que perdáis el equilibrio.

Sólo al saber que el cielo huele a goma de borrar, que nos persiguen lobos de niebla y que el reloj del salón está dando la inmensidad en punto, me doy cuenta de que subo despacio, uno a uno, los peldaños de éste tobogán infinito en forma de páginas abrazadas. Y quiero seguir ascendiendo.

Me detengo en quizá tus besos y creo haber encontrado una confesión, una descripción desnuda y desnudada. Justo llego a la cima del tobogán cuando leo perdón por la utopía. Te perdono, claro, y me dejo caer por el desnivel de los años y de las páginas, de lo oscuro y de la idea de que en la tristeza y en la eternidad, aún existen fábricas de cosas sorprendentes.
En pues eso, me pierdo en la duda de si hay que seguir o detenerse. Sólo sé que todo ha terminado demasiado pronto, que volveré a leer el libro de nuevo, cada vez que las noches necesiten luces encendidas.

Voy a mitad de la bajada. El tobogán se pierde en mañana. Disfruto del paisaje y pienso en la pregunta final. Me temo que no, Paco, no conozco la respuesta. Pero probablemente sea mejor no conocerla.

Ahora os toca a vosotros. Saltad a la página siguiente. Hacedlo con los ojos cerrados y dispuestos a todo. Al final no hay red, os advierto, pero os animo.
Despedíos de la luz apagada y de las camas vacías. Preparaos para todo lo demás.
Allá vamos.

Héctor Álvarez Sánchez

(15/03/2008)
www.hectoralvarezsanchez.com

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